23 de enero de 2013

La historia de chapas, los abanicos y los besos a oscuras.

Y ahora que estamos a solas con nuestros sentimientos a flor de piel he de contarte como aprendí a pasear por las calles viejas de la ciudad persiguiendo tu perfume para poder verte aunque fuera de lejos. Tan lejos que tu nunca llegaste a verme. También es momento de dedicarte cada una de las lágrimas que, en estado de embriaguez absoluto, derramé por ti. Bueno, por que no estabas. Mientras alguien agarraba mi teléfono para impedir que te volviera a llamar. He soñado mil y una noches este momento. He intentado tapar tu herida con tiritas de todos los tipos, colores y tamaños, pero nunca fue suficiente. Me fui al fin de mi existencia para no recordar tu nombre, tu número o la cifra exacta de lunares que tienes en la espalda, y me fue imposible. Bailé sobre la luna, bajo el sol y siempre con una copa en la mano porque sólo así fui feliz mientras no estabas. Y ahora te tengo aquí. Dormido en mis piernas. ¿Y qué puedo hacer si esto es lo único que me da la felicidad? No quiero cambiarte, no quiero volver a tener que pasar por las tiendas y embadurnarme con el bote de prueba de tu perfume para sentirte cerca. No quiero volver a tirarme tardes enteras mirando el móvil esperando que me te arrepintieras y me llamaras. No quiero, porque ahora yo lo único que quiero es a ti.

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